sábado, 27 de noviembre de 2010

El discordante (poema)





Escucho los garabatos que ella posa en mi piel
y tiemblo sordo y cada vez más sordo
imitando a la araña que quiere construir palacios
con polvo, con arena, con la garganta seca

Escucho las voces menos ciertas de la tierra
y tiemblo sordo y ya casi más que sordo
mientras relatan cómo ella construye retratos
de mí mismo, pero a partir de mis monstruos

Escucho partes de partes y ella es un todo
y tiemblo sordo y ya tan sordo que creo escucharme
en la caverna que soy, donde su voz es ley
y donde las hadas tienen alas de alambre

Escucho los garabatos que ella tan dulce y agriamente
ha tejido para mí, y hasta la araña se espanta
de lo incierto de mi fe y de lo cierto de su existencia
y tiemblo sordo y ya tan monstruosamente sordo...

que soy un vómito de oídos en ella desparramado







lunes, 15 de noviembre de 2010

Big Bang (poema)







Imagina la totalidad

Una conjunción de diversidades
que tu imaginación
jamás podría simular

Una fuerza tan ingente y abismal…
Una luz de tal infierno…
Una monstruosidad de tal magnitud y extensión…

que se resume a un solo punto…

Único…

Primigenio…

Deiforme…

Imposible…

Una solitaria y subversiva mácula
ahondando el abismo de la inexistencia

Donde se comprime
todo espacio,
todo tiempo

Donde ya nada es capaz de sostener
esta desgarradora compresión de la unidad
destinada a la destrucción…

Y el ínfimo punto explota
Y una ígnea violencia jamás vista se expande
maldiciendo a la nada

Y una infinitud de esquirlas se aleja
del punto primigenio

preguntándose…

¿es éste el final?












sábado, 13 de noviembre de 2010

El a priori antropológico de Arturo Roig (artículo)





El problema de la legitimidad
del a priori antropológico,
según el pensamiento de Arturo Roig


            Desde el momento mismo en que surge la voluntad de elaborar un discurso filosófico, debemos figurarnos a un sujeto que se posiciona frente al mundo que le rodea, con la intención de comprenderlo. Ahora bien, dado que este sujeto forma parte intrínseca de aquel mundo, en su afán de la comprensión de las cosas deberá posicionarse también frente a sí mismo. El sujeto debe comprenderse a sí mismo como condición previa de adentrarse en la comprensión de todo lo demás. Dicho con otras palabras, aquella voluntad de un determinado sujeto, la de elaborar un discurso filosófico, implica un acto de “ponerse” a sí mismo como sujeto.

            Este tema tiene su antecedente entre los griegos, en particular a partir del platonismo. En ellos es posible rastrear la necesidad de un a priori antropológico como condición del filosofar.

            Ahora bien, partiendo de esta base histórica, ¿cómo ha sido elaborado el a priori antropológico?, ¿bajo qué estructura de pensamiento se ha concebido?.

            Pues bien, para esto debemos tener en cuenta que el a priori antropológico es fundamentalmente este “ponerse”. Y entre los griegos se encuentran los antecedentes de la tendencia que condujo este “poner” a una función noética. Desde la primitiva formulación del a priori antropológico platónico se ha establecido una disociación entre el cuerpo y el espíritu, y sobre esa disociación se fundó un esquema valorativo según el cual  lo “inferior” (lo corporal, todo lo sensual) ha de quedar limitado, controlado y sometido al principio “superior” (el espíritu y su fuerza noética). Ciertamente, esta concepción platónica ha estado siempre vigente dentro de la historia del pensamiento, dentro de sus diversas reinterpretaciones. Ha sido actualizado a partir del cogito cartesiano; así como el “poner” noético ha permitido justificar el sujeto trascendental kantiano; y ha concluido en el “yo infinito” de Hegel, donde el sujeto histórico corre el riesgo permanente de disolverse en un mítico sujeto absoluto.

            Estas bases son las que han originado una ilegitimidad del a priori antropológico. El fundamento de un principio “inferior” y otro “superior” en el hombre es un planteo ontológico que es una proyección del plano social y una deshistorización. Una deshistorización del sujeto, ya que aquellas bases antropológicas, al poner al sujeto entre conceptos absolutos, lo incorporan a una universalidad donde es pensado como un singular abstracto. De esta forma, el ejercicio de la sujetividad (acto de ponernos como sujeto) no puede efectuarse legítimamente al no poder enlazar este ejercicio a un legítimo ejercicio de la conciencia histórica; ya que a la posesión de la conciencia histórica se la ha hecho consistir en una doctrina de la historicidad desde la cual estamos en el plano de lo ontológico. Así, se condena al hombre común y su vivir cotidiano a lo óntico. En otras palabras, al separarla de la empiricidad, la historicidad no será aquello que constituya al hombre desde dentro, sino sólo una estructura noética en la cual el hombre es insertado, o como dice Roig, sólo aquello en lo cual el hombre “cae”.

            Un factor congruente a esto puede apreciarse en la concepción antropológica kantiana. Pues su filosofía atiende no sólo a los límites de la razón, sino también a los modos de ser del hombre (el cual, dice Roig, es muchas veces incompatible a esos límites, tal como los plantea el kantismo). Así, Kant sostiene que es necesario evitar todo juicio trascendente de la razón pura (los objetos propios de la metafísica: Dios, alma y mundo como totalidad), pero que asimismo que hemos de elevarnos hasta conceptos que estén dados fuera del uso empírico de la razón. Su filosofía aparece como un saber normativo que tiene en cuenta no sólo la naturaleza de la razón, sino también al hombre que hace uso de esa razón. De esta manera, al establecer la posibilidad del conocimiento puro a partir de la facultad humana de los juicios sintéticos a priori (de carácter lógico formal), Kant debe fundamentar esta facultad a partir de otro y distinto a priori, de tipo antropológico: a priori que supone un sujeto puro de conocimiento. Así, en la concepción antropológica kantiana, el hombre y la facultad racional quedan suspendidos en una abstracción que los desliga y los aleja de sus inherentes historicidad y empiricidad.

            Veamos a continuación la concepción del a priori antropológico de Arturo Roig:

            “El a priori antropológico es el acto de un sujeto empírico para el cual su temporalidad no se funda, ni en el movimiento del concepto, ni en el desplazamiento lógico de una esencia a otra”. Roig denota la empiricidad propia del sujeto, con lo cual podemos apreciar que la concepción del hombre en cuanto sujeto concreto e histórico es la condición de posibilidad para comprender toda su realidad y tener acceso a su conciencia histórica, la cual implica una comprensión de la temporalidad propia del hombre. Pues, como explica Roig “Esta empiricidad es el hecho de que todo hombre se defina por la historicidad, implica la existencia de una conciencia histórica: una determinada experiencia de sí mismo sólo posible si se da primeramente una potencia o capacidad de experiencia”.

            Ciertamente, en la conciencia histórica, que en su forma originaria es una experiencia propia del hombre en cuanto tal, tiene su raíz el a priori antropológico, puesto que la naturaleza humana radica en la historicidad. La conciencia histórica supone el nacimiento de la humanidad, ya que se presenta como un cambio cualitativo de la temporalidad: es una negación de una conciencia primitiva que está sumergida en la naturaleza, y un subsiguiente acceso a una autoconciencia con la cual se ingresa en la historia. Esta conciencia histórica primigenia es la que surge, por tanto, concomitantemente con la experiencia de la sujetividad, la autoconciencia  de ponerse a sí mismo como sujeto, la experiencia del hombre de ponerse como el protagonista de su propio hacerse y gestarse. Por consiguiente, un sujeto puede captarse a sí mismo como tal mediante la captación de ciertos hechos, acciones, obras o procesos que son modos de realización propios del hombre.

            Por lo tanto, para poder arribar a la legitimidad del a priori antropológico es menester adentrarnos en un reconocimiento del hombre en cuanto tal, y este reconocimiento lo es del hacerse y del gestarse, tiene su manifestación en el acto cotidiano del trabajo; y supone un constante regreso a aquella experiencia originaria desde la que se constituye la conciencia histórica.

            Ahora bien, este reconocimiento es una función que se cumple en el ejercicio de la sujetividad, y especialmente desde una mismidad desde la cual se abre la posibilidad de acceder a la alteridad del otro. Porque la legitimidad o ilegitimidad del ejercicio de la sujetividad no deriva de una correcta o incorrecta fundamentación epistemológica, sino de la facticidad social. Precisamente, esta función de reconocimiento ha de ejercerse dentro del concepto de un “nosotros”. Pues si no queremos que el sujeto histórico corra el riesgo de disolverse en un sujeto absoluto, hemos de insertarlo en un “Nosotros”, donde ya no será un singular abstracto incorporado a una universalidad, sino un singular concreto. Este reconocimiento y esta inserción del sujeto en un “nosotros” nos hablan de una autoafirmación del hombre. Una autoafirmación que se comprende a través de la diversidad pensada siempre en función de una unidad; una autoafirmación que no pertenece a un “yo” metafísico y absoluto, sino a un “nosotros” relativo. Explica Roig que “Su diversidad (la del “nosotros” relativo) no le viene por tanto de aquella individualidad, sino de la inserción de la misma en una pluralidad, que es social e histórica, y en relación con la cual es únicamente posible el individuo mismo. Hay un yo y hay un nosotros, dados en un devenir que es el de la sociedad como ente histórico – cultural, captado desde un determinado horizonte de comprensión, desde el cual se juega toda identificación y por tanto toda autoafirmación del sujeto”.

            Partiendo de esta base, podemos ver que la legitimidad del a priori antropológico depende del ejercicio de una sujetividad que pueda justipreciar al hombre en sus cualidades empírica e histórica; en su autorrealización que se configura en su hacerse y gestarse desde su mundo social; en el mundo de las cosas y la vida cotidiana, que es el único mundo posible donde el sujeto puede reencontrarse consigo mismo. Pues si no realizamos esta autoafirmación, no tenemos posibilidad de ser sujetos de nuestro ser histórico.

            Sin embargo, esta autoafirmación necesita siempre de una autocrítica, pues ella se nos presenta como un juego de afirmación, pero a la vez puede presentarse como un juego de negación de nosotros mismos. Por lo tanto también, el a priori antropológico exige siempre el planteo de su legitimidad y de esta depende, ya que una autoafirmación inauténtica lleva en su seno su propia muerte. El ejercicio de la autocrítica puede llevarnos, entonces, a poner bajo tela de juicio la legitimidad de cualquier concepción del a priori antropológico. Y a este respecto no es en vano recordar que, como bien dice Arturo Roig, “La filosofía se caracteriza por ser un tipo de pensamiento que se cuestiona a sí mismo”.






La jerarquía de los seres en Santo Tomás (artículo)





Filosofía Medieval

La jerarquía de los seres en Santo Tomás



            Uno de los primeros autores que filosóficamente trata el tema de la jerarquía es Dionisio Areopagita. Este autor, en su obra “Sobre la jerarquía divina (o celeste)” establece el concepto de la siguiente forma: La jerarquía es, a mi entender, un orden sagrado, un saber y una actividad que se adecuan lo más posible a lo deiforme y que, de acuerdo con las iluminaciones que son don de Dios, se elevan en la medida de sus fuerzas hasta la imitación de Dios (…) La jerarquía hace que cada cual participe según su propio valor en la luz que se encuentra en la Bondad (…) El fin de la jerarquía es, en lo posible, una adecuación con Dios y unión con Dios.
En Santo Tomás, todo lo real está organizado jerárquicamente de acuerdo con el principio de subordinación de lo relativo a lo absoluto, y de lo imperfecto a lo perfecto.
            Ahora bien, mientras que en Dionisio se pone de relieve que cada grado del ser posee su propio modo de operación (es decir, que cada orden tiene su realidad propia y su propio bien), la jerarquía en Santo Tomás no es incompatible con la continuidad en cuanto que la realidad inferior de un determinado orden es continua con la realidad superior del orden que le sigue en sentido descendente.
            A propósito de esto, recordemos el principio neoplatónico, presente en el pensamiento tomista, que Dionisio había recibido de Proclo: la naturaleza inferior, según lo superior que tiene, toca lo inferior de la naturaleza superior.
           
            En la cuarta vía de demostración de la existencia de Dios, Santo Tomás centra la mirada en los grados jerárquicos de perfección que se observan en las cosas: en las perfecciones como bondad, verdad, nobleza. Ahora, lo más o menos supone siempre un término de comparación (y sabemos que los grados de comparación no se pueden ir hasta lo infinito), por lo cual ese término es lo absoluto. Por lo tanto, hay una verdad y un bien en sí mismo, que es la causa de todos los otros seres: Dios.
            En cuanto al modo de conocimiento, es necesario que lo que Dios conoce por una sola forma, los seres inferiores lo conozcan por muchas; y tantas más cuanto mayor sea la inferioridad de su entendimiento.

I- Dios:
            Según la vía de negación, concebimos a Dios como un ser inmóvil, inmutable, perfectamente en acto y absolutamente simple. Dios es acto puro, y por lo tanto contiene necesariamente en sí mismo, en forma virtual, el ser y las perfecciones de todas las criaturas.
            Dios crea a las criaturas ex nihilo (desde la nada). Es decir, que la creación supone el paso de la nada al ser (esto es, que antes de la creación de la criatura no hay ni cosas ni movimiento ni tiempo). Por lo tanto, si la creación no presupone por definición materia alguna, presupone una esencia creadora que contenga virtualmente en sí misma el ser de todas las criaturas.

            II- Ángeles:
            Criaturas incorpóreas e inmateriales (no todo lo que es creado se compone de materia y forma).
            Como el primer grado de la creación se encuentra lo más cerca posible de Dios, los ángeles tienen la más alta perfección compatible con el estado de criatura: y a la perfección la acompaña la simplicidad, por lo que es necesario concebir a los ángeles tan simples como puede serlo una criatura. Ahora bien, esta simplicidad no es total (si no, serían acto puro: serían Dios): por consiguiente, los ángeles tienen la distinción real entre su esencia y su existencia.
            Sin embargo, carecen de materia y de principio de individuación: cada uno es menos un individuo que una especie, y marcan cada uno un grado en la escala descendente.
            Las especies por las que los ángeles entienden no están tomadas de lo sensible, sino que les son connaturales: ven en el acto todo lo que se puede conocer de una cosa (no existe en ellos la relación potencia-acto, sino que hay un estado de conocimiento habitual a otro de conocimiento actual). Cuanto más elevado sea el ángel, con tantas menos especies puede entender la universalidad de lo inteligible.

            III- Hombre:
            Por su alma pertenece a la serie de seres inmateriales. Sin embargo, si bien el alma es un principio de intelección y por tanto puede conocer algún inteligible, no es Inteligencia pura porque es esencialmente unible a un cuerpo. El alma es la forma del cuerpo: su unión da origen a una verdadera sustancia y cada uno tomado por separado no está completo sin el otro.
            El alma humana está en el último grado de las criaturas inteligibles: es la perfección más alejada del intelecto divino. Por lo tanto, en cuanto que es forma de un cuerpo, el alma humana señala los confines (línea divisoria) entre el reino de las Inteligencias puras y el dominio de los cuerpos.
            El intelecto agente que posee cada alma es la facultad por la cual más nos acercamos a los ángeles. La función más alta de ésta es el conocimiento de los primeros principios, que preexisten virtualmente en nosotros, mas su debilidad radica en no poder formarlos si no es partiendo de las especies abstraídas de las cosas sensibles: el origen de nuestro conocimiento está en los sentidos. El conocer consistirá en la operación de abstracción: extraer de las cosas el elemento universal que en ellas se halla contenido.

            IV- Seres Sensibles:
            Los animales carecen de razón. Sin embargo, tienden a un fin. Porque la materia no alcanza la forma sin la moción de la causa agente, pues nada puede pasar por sí mismo de la potencia al acto. Por lo tanto, así como es propio de la naturaleza racional tender a un fin moviéndose o dirigiéndose a sí misma, lo característico de la naturaleza irracional es tender al fin como impulsada o dirigida por otro. En el caso de los animales, a un fin de algún modo conocido.
            El apetito sensitivo de los animales sigue a la aprehensión de un entendimiento, como asimismo el apetito de la naturaleza intelectiva, que se denomina voluntad. No puede haber voluntad en los seres privados de razón y entendimiento, porque no pueden aprehender lo universal; pero hay en ellos apetito natural o sensitivo, determinado a algún bien particular. Los seres irracionales nada pueden ordenar a un fin, sino que son ordenados a un fin por otro ser: Dios.

            V- Los seres que sólo existen:
            Tienden a un fin movidos por otro ser. A diferencia de los animales, tienden al fin que les es del todo desconocido, pues están privados de todo conocimiento.

            Todas las criaturas, por más diversas que sean, por más distantes que se encuentren en la jerarquía de los seres, tienen algo en común: el ser. Es necesario que las cosas tengan ser, tanto si son invisibles y espirituales o visibles y corporales.
            Todas las criaturas de Dios en algún aspecto permanecen para siempre: porque las criaturas nunca vuelven a ser nada aunque sean corruptibles. Pues las criaturas corruptibles permanecen para siempre en la materia, pero cambian en la forma sustancial. Y por su parte, las criaturas incorruptibles permanecen en la sustancia, pero cambian en algo: por ejemplo, de lugar, como los cuerpos celestes; o de afectos, como las criaturas espirituales.
            Sin embargo, en la jerarquía de los seres, cuanto más se acercan las criaturas a Dios, que es inmutable, tanto más inmutables son.


jueves, 11 de noviembre de 2010

El animal (poema)


Era una noche solitaria
en la que ya no quedaba nada

Y sin embargo, extrañamente,
algo me molestaba

(en un lugar insospechado
más allá de la nada)

Y de pronto, lo entendí

(pero en un lugar insospechado
que está
más allá del entendimiento)

Y bien dispuesto
a resolver el problema…

Bebí
Comí
Oriné
Defequé

Y luego, me masturbé…

Y entonces al fin pude,
ya muerto el animal,
dormir plácidamente